El maldito tráfico limeño
Quien diga que no, miente. El tráfico en Lima puede superar los límites de
tolerancia en una persona. Cansancio, fatiga y desesperación son algunos de los
síntomas que aquejan a aquellos que ven avanzar las manecillas del reloj, pero
las ruedas del transporte se mantienen quietas como si fueran rocas
monumentales. Y si comienzan a rodar, apenas, solo es por un pequeño instante
antes de que vuelvan a acomodarse sobre el asfalto.
El transporte público viene acompañado de animales recién salidos de una
jungla. Aquel que pasa sin pedir permiso, el cobrador, quien cree que el
espacio en su bus es infinito, ese individuo que te roza o puntea adrede, el
chofer, que hace lo mejor que puede para avanzar unos metros, aunque así ponga
en riesgo tu vida. Pero en ese momento el riesgo no importa, lo que importa es
llegar al destino. También está el que no quiere abrir la ventana, el que no se
baña, y si vas sentado, ese que se duerme en tu hombro o aquel hombre que abre
las piernas como si sus genitales fueran como las de un cerdo -quien posee uno
de los más grandes en el reino animal-. Cuando un hombre abre las piernas
descomunalmente, me rio internamente y trato de empujar su pierna ¿cómo si yo
no tuviera el mismo derecho de abrir las piernas?
Cuando tu cuerpo está apiñado como el de un sardina en una lata, miras por
la ventana el individualismo de otros. Camionetas que transportan a una sola persona
en plena y satisfactoria comodidad, mientras otros viajan apretados y presos en
los buses-sardina. Día a día los carros particulares incrementan, dejando menos
espacio para el transporte masivo. Más para unos pocos. Y es que si tienes algo
de dinero, no importa endeudarse para dejar de oler el sobaco de los otros.
La luz tenue, casi inexistente, que llega a iluminar la hoja de papel hace
de los buses un espacio imposible para la lectura. Y cuando estas sentado, a
duras penas, te llega un rayito de luz. Pero este es ensombrecido por el
viajante de pie, ese que no logró encontrar un asiento vacío. Pero las personas
optan por lo más sencillo. Se zambullen en esa luz cegadora del celular y
navegan por los ilimitados vídeos de la web. No los culpo ¿qué más se puede
hacer? Si viajan en una caja de fósforos,
sin aire, luz, y nulo ambiente para la lectura. Es mejor reír con esos lindos
vídeos de gatitos, que animarte a forzar la vista y pensar un poco. Total, solo
es un viaje más
‘Baja en la esquina’, gritas mientras tratas de abrirte paso en medio de la multitud. Nada más
preciado que caminar sin que te rocen. Algo inaudito en un bus-sardina.
¿Para qué
quejarse? ¿Algo va a cambiar? Mejor optar por el individualismo, ahorrar un poco, aumentar el tráfico y comprarte un carro. No los culpo. Solo he visto las cosas empeorar. A pocos meses
de la elecciones municipales -octubre 2018-, los alcaldes realizan obras a la volada para
gastarse todo el presupuesto, cuadrar y cerrar el quiosco. Mientras los
ciudadanos sufrimos de cansancio, fatiga y desesperación en un tráfico que no
tiene cura.
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