Pudor en el vestidor


La primera vez que ingresé a este mundo, en donde el cuerpo es la simple representación del esfuerzo y constancia, sentí rechazo ante la flagrante exhibición de estas mujeres. El pudor no me permitió mostrarme, no me permitió ser libre como ellas.

Tratar de esconder mi cuerpo, ante las miradas extrañas y ajenas, siempre fue una constante al estar en el vestidor.

Mujeres maduras se pasean libremente y exhibían las huellas que el cuerpo obtiene después de largos años de esfuerzo y dedicación. Cuerpos con muchos más años que el mío, cuerpos liberados y sin pudor.

Con horror percibí su desfachatez, con sorpresa vi las huellas de los años, en esos cuerpos maduros. Marcas de cesáreas, o así parecían, huellas del tiempo. Otras perfilaban un envidiable cuerpo a contar por sus años. Veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta años traspasaban por esos cuerpos.

Cuerpos mayores, sin horror a mostrarse, cuerpos formados por años de constante deporte, en esas aguas que son para muchas de nosotras una lucha día a día.

Lo que más me sorprende es la tranquilidad y parsimonia con la que caminan por el vestidor. Se trata de mujeres maduras que no temen mostrar sus cuerpos ante las féminas con las que han compartido una vida de deporte.

Al inicio el pudor pudo más conmigo. Me ocultaba tras la cortina, mientras me bañaba a escondidas de las demás. Enfundaba mi cuerpo rápidamente con una toalla que siempre tenía a la mano, mientras las otras paseaban sin preocupación por las duchas.

Poco a poco me fui acostumbrando a lozanías, arrugas, marcas, cortes, músculos y pieles de distinta textura.
Quisiera llegar a esa edad con un cuerpo como el tuyo, era el único pensamiento que mi mente envolvía. Un cuerpo natural, sin cirugías, un cuerpo real, un cuerpo lleno de esfuerzo.

Por fin me liberé y ya no miraba con horror la desnudes de esas mujeres. Hoy me liberé y mostré poco, ya que poco a poco se empieza. Simplemente hice lo que es natural hacer, pero sentí que mi pudor se iba desvaneciendo poco a poco. El pudor que ellas no comparten en ese ambiente común donde los cuerpos caminan desnudos y libres.



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